🌧️ EL NIDO EN LA TORMENTA

Hay historias que no se olvidan porque esconden verdades simples, pero profundas y esta me la contó una amiga que más que amiga, es una hermana que la vida me obsequió y me gustaría  compartirla con vosotros.

Este relato —inspirado en un antiguo cuento sobre un concurso de pintura— nos recuerda que la paz no se encuentra en los días soleados, sino en el alma que aprende a mantenerse firme cuando todo a su alrededor se derrumba.

A veces, la calma no se pinta con colores claros, sino con el valor de un corazón que sigue amando aún bajo la lluvia.

Te invito a leer este cuento/metáfora  y descubrir, entre pinceladas y relámpagos, dónde habita la verdadera paz.

METÁFORA EL NIDO EN LA TORMENTA

Cuentan los ancianos que, en un reino rodeado de montañas y ríos, donde los amaneceres tenían el brillo del oro viejo y los días olían a tierra húmeda, vivía un rey sabio y contemplativo.

Amaba el arte porque creía que solo a través de él podía entender el alma de su pueblo y los secretos del corazón humano.

Una mañana, mientras observaba el horizonte desde los balcones de su castillo, el rey se preguntó en voz alta:

—¿Qué es la paz? ¿Dónde se oculta su verdadero rostro?

Sus consejeros hablaron del silencio, de los días sin guerras, de la calma de los campos y de los ríos dormidos. Pero ninguna respuesta lo satisfizo.
Entonces decidió convocar un concurso abierto a todos los artistas del reino:

“Quiero que me pinten la verdadera imagen de la naturaleza en paz. No la que ven los ojos, sino la que siente el corazón. Aquel que logre capturarla con sinceridad, recibirá el Gran Premio.”

La noticia se extendió por pueblos y aldeas. Los pintores salieron con sus pinceles y lienzos, buscando la inspiración en los lugares más bellos del reino. Algunos acamparon junto a los lagos, otros se perdieron en los valles y montañas, y no faltaron quienes buscaron en los cielos o en las flores el suspiro perfecto de la tranquilidad.

Pasaron semanas, y al fin llegó el día del concurso.
El gran salón del castillo se llenó de murmullos, de olor a óleo fresco y de curiosas miradas que se movían de cuadro en cuadro.

El tercer lugar fue para una pintura espléndida: un campo luminoso, lleno de flores multicolores y de aves revoloteando en un cielo despejado. La brisa parecía moverse dentro del lienzo, y quien lo miraba sentía el alma ligera.

El público aplaudió satisfecho.
—Esto es la paz —dijeron muchos—, la serenidad de un día perfecto.

El segundo lugar lo ocupó un cuadro majestuoso: un valle verde rodeado de montañas, con un río que se deslizaba como una cinta de plata bajo la luz del amanecer. Todo en aquella escena era armonía, equilibrio, belleza contenida.
Los asistentes suspiraron.
—Aquí se siente la calma profunda de la creación —murmuraron—. Este debe ser el ganador.

Entonces el rey se detuvo frente al último cuadro, el más enigmático de todos.

A diferencia de los otros, este no mostraba cielos azules ni praderas. Era una escena feroz. El cielo estaba desgarrado por relámpagos; un río desbordado rugía con furia, arrastrando ramas y troncos. Los árboles se doblaban, algunos arrancados de raíz, y la lluvia golpeaba la tierra con una fuerza que casi podía escucharse.
Nada en aquella pintura parecía hablar de paz.

Los murmullos se multiplicaron.
—¿Cómo puede esto representar la serenidad de la naturaleza? —preguntaban algunos.
Otros incluso se rieron: —El pintor ha confundido el tema. Esto no es paz, ¡es caos!

Pero el rey no dijo palabra. Se acercó al cuadro y lo observó detenidamente, recorriendo cada detalle con la mirada atenta.
De pronto, señaló un pequeño rincón del lienzo, casi invisible para los demás.

«Allí, sobre un tronco que flotaba a la deriva, se veía un nido y dentro del nido, una pequeña ave alimentaba a sus polluelos, cubriéndolos con sus alas empapadas, mientras la tormenta rugía alrededor»
«La mirada del ave era serena, paciente, constante. Ni el trueno ni el viento parecían perturbar su tarea»

El rey sonrió y dijo en voz alta:

—He aquí la verdadera paz.
No es la que habita en el silencio ni en la quietud.
Es la que permanece firme en medio de la tormenta.
La paz no es ausencia de ruido, de dolor o de peligro,
sino la serenidad del corazón que no deja de amar,
de cuidar, ni de cumplir su propósito aun cuando el mundo se desmorona a su alrededor.

El salón entero quedó en silencio. Nadie se atrevió a hablar.
Algunos miraron el cuadro nuevamente, y lo que antes parecía caos, ahora se sentía lleno de vida y de sabiduría.

El pintor, un hombre sencillo de rostro curtido por el trabajo, se inclinó ante el rey.

—Majestad —dijo con humildad—, pinté lo que aprendí de la vida. La verdadera paz no se encuentra esperando el día perfecto, sino aprendiendo a mantener el corazón tranquilo cuando todo tiembla.

El rey lo miró con respeto y le respondió:

—Tu pintura me ha enseñado más que todos los libros de sabiduría. Que el espíritu humano, como esa pequeña ave, encuentre su calma aun en medio de la tormenta.

Desde aquel día, el cuadro ganador fue colgado en la sala del trono.
Y cada vez que los cielos se oscurecían y el reino temblaba bajo la lluvia, el rey se detenía frente a la pintura, observaba aquel diminuto nido y murmuraba para sí:

“Que mi corazón sea como el ave del cuadro…
firme en su amor, constante en su fe,
y en paz, aun cuando todo a mi alrededor se desate.”

Reflexión final

Dicen que la paz no se busca: se cultiva.
A veces, basta una pequeña chispa de calma para transformar el caos en aprendizaje para seguir evolucionando…

¿Y tú?
¿Dónde encuentras tu paz cuando todo a tu alrededor parece desbordarse?

 

Te leo en los comentarios 🌧️💫

Xiomara Albertos S.

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