METÁFORA:

 “EL ALFARERO DEL VALLE SILENCIOSO”

 

En un valle rodeado de montañas, vivía un alfarero solitario.

Había pasado por muchas tormentas: algunas de viento y lluvia, otras de pérdidas y dolores invisibles que el alma cargaba en silencio.

Cada una de esas tormentas lo había quebrado un poco. Algunas le arrancaron la alegría, otras le hicieron dudar de su valor.

Había días en que se sentía como un cuenco agrietado, incapaz de contener nada, como si todo lo bueno se le escapara entre las rendijas.

Pero el alfarero tenía un ritual. Cada vez que el dolor lo visitaba, se sentaba frente a su torno.

«Y con las manos cubiertas de arcilla, comenzaba a crear»

No porque quisiera olvidar, sino porque había aprendido que el barro también se ablanda con lágrimas.

Con cada pieza, vertía una emoción, un recuerdo, una herida. Al principio, sus obras eran frágiles, desiguales, como su corazón.

Pero con el tiempo, algo cambió. Empezó a mezclar en la arcilla un polvo dorado que encontraba entre las rocas de la montaña.

Descubrió que ese polvo, cuando se cocía con el barro, creaba una textura especial, firme, luminosa… como si la cicatriz se volviera parte de la belleza.

Un día, un viajero llegó al valle y vio una de sus piezas. Era un cuenco con una gran grieta, sellada con ese polvo dorado.

El viajero la sostuvo en sus manos y dijo:

—Este no es un cuenco roto. Este es un cuenco sabio. Lo que lo quebró, también lo hizo eterno.

Y entonces el alfarero comprendió. Su dolor no había sido un castigo, sino una alquimia. Porque al tocar fondo, encontró profundidad. Y al reconstruirse, descubrió su propósito: no esconder las grietas, sino llenarlas de luz.

Desde entonces, el alfarero enseñó a otros a trabajar con su propia arcilla, a moldear sus historias, y a no temer las fracturas.

Porque allí donde la vida se partió, también había espacio para que la sabiduría entrara.

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* Ahora, imagina que te sientas frente a tu propio torno.

 * Allí tienes arcilla entre tus manos. Y puedes moldear algo… lo que sea que surja… tal vez una memoria, una emoción, una etapa difícil. No necesitas hacerlo perfecto. Solo crear… y cuando aparezca alguna grieta, puedes aplicar ese polvo dorado… y ver cómo se vuelve parte de la belleza de la pieza. Como si el dolor, al ser reconocido, se transformara en sabiduría.

* Tómate un momento para sentir lo que eso significa…

 * Saber que todo lo vivido tiene valor… que tus cicatrices no son fallas, sino historias que te hicieron más humano, más profundo, más tú.

 * Y cuando sientas que tu pieza está lista… la colocas junto a muchas otras. Porque no estás solo/sola. Otros también han reconstruido su valor.

«Tú formas parte de esa gran galería de almas que aprendieron a sanar desde dentro»

 * Permítete respirar profundamente ahora… y llevar contigo esa sensación de paz, de aceptación, de dignidad… como una semilla que seguirá creciendo dentro de ti.

 

Xiomara Albertos Suárez

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