Había una vez un río que fluía libremente por el valle, serpenteando a través de montañas y bosques. Sus aguas cristalinas reflejaban el cielo, y su corriente era suave, pero constante.
El río siempre había sabido hacia dónde iba; su destino era llegar al gran océano donde se encontraría con otras aguas y se uniría en un todo mayor.
«Sin embargo, en su camino el río comenzó a encontrarse con grandes piedras y rocas. Algunas eran pequeñas y apenas afectaban su flujo, pero otras eran enormes, bloqueando su paso»
Con el tiempo, estas piedras empezaron a acumularse y el río, que antes fluía tan libre, comenzó a atascarse.
Sus aguas ya no eran claras; se habían vuelto turbias y lentas. La corriente que antes lo impulsaba hacia adelante ahora se estancaba en las rocas, creando remolinos que lo atrapaban en su lugar.
El río comenzó a sentir que nunca llegaría al océano. Creía que estaba condenado a permanecer atrapado entre esas piedras, sin poder avanzar.
Pero un día, el viento —sabio y viejo como el mundo— susurró al río:
—Las piedras que encuentras en tu camino son parte de tu viaje. No te defines por ellas, ni están destinadas a detenerte para siempre. Eres agua, y el agua tiene una sabiduría única: puede encontrar su camino,
incluso en los obstáculos más grandes.
El río no entendía del todo las palabras del viento, pero decidió escucharlo. Comenzó a observar las piedras, no como enemigos que lo bloqueaban, sino como desafíos naturales en su camino. Entonces, en lugar de luchar contra las piedras, comenzó a fluir alrededor de ellas.
Algunas piedras fueron arrastradas con el tiempo, y otras simplemente quedaron allí, pero ya no detenían su curso. El río aprendió a adaptar su camino, encontrando nuevas rutas entre las rocas.
«Aunque no siempre era fácil, cada vez que superaba un obstáculo, sentía que su corriente se fortalecía»
A medida que el río avanzaba, sus aguas se volvían más limpias y su fluir más poderoso. Había aprendido a abrazar su naturaleza: seguir adelante, encontrar su camino sin importar cuántas piedras aparecieran.
Ya no temía a los obstáculos, porque sabía que cada uno era una oportunidad para aprender a fluir mejor, con más determinación y sabiduría.
Finalmente, después de muchas pruebas y desvíos, el río llegó al océano. Y al encontrarse con el vasto mar, se dio cuenta de que todas esas piedras no habían sido su fin, sino los elementos que lo habían hecho más fuerte y resiliente.
Había aprendido que, aunque las piedras intenten detener su curso, el agua siempre encuentra su camino.
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Reflexión
El río representa nuestra vida, y las piedras son los desafíos, las adicciones y hábitos negativos, los traumas, o cualquier otro obstáculo que encontremos en el camino.
A veces, nos sentimos atrapados y muchas veces identificados por esos desafíos, como si no hubiera salida, como si estuvieran bloqueando nuestro flujo natural.
Pero al igual que el río, somos capaces de encontrar nuevos caminos, de fluir alrededor de los obstáculos, e incluso, de usar esos desafíos para fortalecernos.
Los desafíos no se convierten en tu identidad, como las piedras en el río, pueden parecer imposibles de superar, pero no son nuestro destino final.
Si aprendemos a fluir a pesar de ellas, con paciencia y persistencia, podemos seguir adelante, más fuertes y sabios, hasta alcanzar nuestro propio océano de paz y bienestar.
Xiomara Albertos Suárez
Cuantas más veces leo esta metáfora más acertada y maravillosa me parece.
Cada piedra nos fortalece, cada obstáculo desarrolla nuestra creatividad, cuando aprendemos a vadear las dificultades sin entretenernos en lamentarnos por ellas, manteniéndonos firmes en nuestros objetivos y al final, ya libres de «trancas» llegamos al océano….Oh! Que maravillosa sensación y que poderosos nos sentimos, tanto que terminamos agradeciendo cada piedra, cada palo en las ruedas, cada dificultad, porque sin ellas no seríamos los seres evolucionados que queremos llegar a ser.
Gracias Xiomara por ayudarnos a crecer, de paso que nos recreas con historias preciosas.
Un abrazo.
¡Qué hermoso comentario, muchísimas gracias! 💫 Me encanta cómo lo expresas: cada piedra, cada obstáculo en nuestro camino es en realidad una oportunidad de crecimiento y una invitación a descubrir una versión más fuerte y creativa de nosotros mismos. Aprender a ver esos desafíos desde una perspectiva de agradecimiento y propósito nos transforma, nos hace libres y nos permite llegar a ese «océano» de plenitud y poder.
Es muy cierto que, cuando miramos hacia atrás, podemos ver cómo cada dificultad fue, en realidad, una pieza esencial de nuestra evolución. Nos fortalece reconocer que, sin esos retos, no seríamos las personas que estamos llegando a ser.
Gracias por compartir esta reflexión tan inspiradora y por tus lindas palabras. Me alegro profundamente de que mis historias te acompañen y te impulsen en tu propio proceso de crecimiento. Un abrazo inmenso y seguimos juntos en este camino.
Recibe un abrazo enorme